jueves, 26 de febrero de 2015

Vida gris

Sales de casa pensando:
“Tengo que comprar pilas para el mando,
así al volver pongo la tele y me río un rato,
no demasiado, pero ella me da mejor trato
que el de mi mujer este día.
Nuestra relación se ha quedado fría,
sobras en la nevera;
nuestra relación
hace tiempo que pasó la primavera
y cada acusación
con la que cada uno apela
es una estalactita de hielo
que se perdona por los pelos
pero no se descongela.”

Y llegas al trabajo:
“¡La madre que me trajo!
Tengo trabajo y me quejo,
pero en mi queja no cejo
o no me lo perdonaría.
Me mata esta monotonía.
No hallo alegría ni sabiduría,
solo rutina asesina,
solo días como encinas,
con fruto, pero amargo.
¿Acaso esto vale de algo?
No quiero ponerle empeño,
no si no es mi sueño,
y de él ya desperté
y acabé
en una clase
que me dio
un pase
a este empleo y se acabó.”

Cae la noche, y vuelves al hogar:
“Tampoco por él voy a rogar,
ya no disfruto ni las vacaciones
por culpa de mis decisiones.
Amoldarse a la manada
rompe sonrisas y corazones,
quiero huir en desbandada
pero me faltan cojones,
me falta maldad
para darle a mi familia soledad
y abandono
aunque solo esté mejor mi trono.”

De repente el destino
mueve ante ti sus hilos
y planta frente a ti un asesino
que te apuñala sin vacilo.
Tu alma se apaga contigo, bis a bis,
terminando con tu vida gris,
apagándose tu aliento
en cárcel sin vallas, de cemento.
Y en vez de soltar un lamento
o contra tu asesino pestes
solo piensas una última frase
antes de que la muerte te abrace:
“Cualquier infierno menos este.”

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